Por mi culpa, por mi culpa… ¿hasta cuándo?

Durante años, la culpa fue una presencia silenciosa que marcó mi relación con el cuerpo, la comida y conmigo mismo. No gritaba, pero pesaba; se colaba en cada decisión, en cada espejo, en cada juicio interno disfrazado de exigencia sana. Aprendí que esta culpa no nacía solo de mí, sino de mandatos culturales y voces externas que nos enseñan a cargar con la responsabilidad emocional de todo, hasta de nuestras emociones y elecciones. El coaching ontológico me ayudó a mirar esta emoción con compasión, a distinguir entre el juicio y el hecho, y a transformar la culpa en conciencia. Hoy entiendo que no se trata de eliminarla, sino de preguntarnos qué sentido tiene seguir sosteniéndola y qué cambiaría si nos tratáramos con más amabilidad. Porque el problema no es sentir culpa, sino permitir que nos defina.