Nos habíamos perdido… y aún así, nos encontramos gracias al amor

Diez años después de la boda que cambió mi vida, sigo recordando aquel 20 de junio como el día más feliz que he vivido: un atardecer cargado de emoción, música, familia y sentido, sellado por la llegada de mi mujer entre lágrimas y la melodía de una canción compuesta en secreto para ella. Sin embargo, lo más valioso no fue solo la promesa hecha ese día, sino el viaje posterior, lleno de luces y sombras, de silencios que dolían y de preguntas que lo transformaron todo. Hubo momentos en los que el amor pareció dormirse, consumido por la rutina, hasta que una pregunta —“¿Nos queremos?”— lo despertó. Esa pregunta marcó el inicio de un reencuentro consciente, de un nuevo compromiso más maduro y auténtico. He aprendido que amar no es continuar por inercia, sino elegir todos los días, incluso en la incertidumbre, incluso con heridas. Y por eso, hoy no celebro solo un aniversario: celebro la valentía de reconstruirnos, la memoria de quienes nos acompañaron y el valor de habitar los vínculos con presencia y verdad.