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Certificarse no es un trámite: es una forma de cuidar

Certificarse no es un trámite: es una forma de cuidar

Ayer, al terminar mi clase semanal de coaching ontológico, sentí en el cuerpo una reflexión que llevaba tiempo gestándose. Hablábamos sobre la enorme responsabilidad de acompañar procesos humanos, y recordé con fuerza otro espacio que también he habitado con intensidad: el proyecto EmprendeComp. Desde Andalucía Emprende hemos logrado diseñar un itinerario formativo ambicioso, con la implicación de decenas de profesionales comprometidos. Y lo que me llena de orgullo es que lo hicimos estandarizando con sentido, no para limitar, sino para garantizar calidad, coherencia y cuidado. Esa misma mirada la aplico al coaching: ejercer sin formación certificada no es una opción responsable. No se trata de coleccionar títulos, sino de honrar la práctica, de sostenerla con método, ética y comunidad. Certificarse es cuidar: al otro, a la profesión, a uno mismo. Por eso defiendo que estandarizar —cuando se hace con propósito— no encorseta, sino que sostiene y potencia. Porque en lo profundo, tanto en el coaching como en la formación emprendedora, el verdadero impacto ocurre cuando unimos conciencia, preparación y sentido.

¿Puede la IA responsable convertirse en tu mejor carta profesional?

¿Puede la IA responsable convertirse en tu mejor carta profesional?

En un aula cualquiera, una estudiante se pregunta si usar IA para estructurar su ensayo es trampa. Esa pregunta —aparentemente simple— encierra una tensión más profunda: ¿qué significa aprender con ética en tiempos de inteligencia artificial? Aunque la mayoría del alumnado reconoce que el uso responsable de estas herramientas será clave para su futuro profesional, muy pocos han sido realmente formados para ello. La paradoja es clara: exigimos madurez ética, pero no enseñamos a cultivarla. Necesitamos cambiar la conversación: dejar de hablar solo de trampas y empezar a hablar de propósito, de agencia, de valores. Porque el verdadero desafío no es usar bien la IA, sino decidir qué tipo de profesionales queremos ser con ella.

¿Cuánto falta para llegar?

¿Cuánto falta para llegar?

Durante la infancia, los viajes largos me enseñaron a impacientarme, a vivir esperando el destino sin saber disfrutar del trayecto. Décadas después, descubro que sigo haciéndolo: pospongo la plenitud, como si la felicidad estuviera siempre por venir, al otro lado de un logro, un cambio o una validación. En este texto reflexiono sobre cómo nuestras conversaciones internas —esas que nos dicen “todavía no es suficiente” o “ya llegará el momento”— nos exilian del presente, nos desconectan del único lugar real: el aquí y ahora. Desde el coaching ontológico, aprendemos que el observador que somos moldea nuestra experiencia, y si estamos atrapados en la espera, construimos un mundo de ansiedad y carencia. Pero podemos elegir otra forma de estar: una presencia consciente, una práctica cotidiana que honra lo que ya es. Quizás la pregunta no sea “¿cuánto falta?”, sino “¿cuánto hay aquí?”, y tal vez el verdadero destino no sea un lugar, sino una forma de habitar la vida con autenticidad y atención plena.

No eran caminos opuestos: por qué estudiar IA y Coaching fue mi mejor decisión

No eran caminos opuestos: por qué estudiar IA y Coaching fue mi mejor decisión

Durante mucho tiempo creí que la inteligencia artificial y el coaching ontológico eran mundos opuestos, pero el camino me llevó a descubrir lo contrario: integrarlos no solo es posible, sino necesario. Así nació el Método S.E.R. —Sentido, Estrategia y Realización— como una brújula que me permite unir el rigor de los algoritmos con la profundidad de las preguntas humanas. Porque no se trata de elegir entre tecnología o conciencia, sino de tejerlas con propósito, para vivir, aprender y trabajar desde un lugar más coherente, más presente, más nuestro. En un mundo que acelera sin preguntar por qué, necesitamos más que nunca mirar hacia adentro, y desde ahí decidir qué hacer con lo que tenemos fuera.

Armaduras de orgullo: la doble herida de ser y protegerse

Armaduras de orgullo: la doble herida de ser y protegerse

A veces, las frases más potentes no se planean: brotan desde la experiencia. Así ocurrió cuando, en una clase de coaching, dije que “las armaduras no siempre se usan para fingir, a veces se usan para sobrevivir”. Esa certeza me llevó a reflexionar sobre las múltiples formas en que las personas —especialmente dentro del colectivo LGTBI+— se protegen para poder existir en un entorno que aún resulta hostil. Las agresiones, visibles o sutiles, siguen marcando la pauta del miedo. Las armaduras se vuelven entonces escudos cotidianos: el silencio, la neutralidad emocional, el perfeccionismo… estrategias para evitar el juicio y sostener la dignidad. Desde el coaching ontológico, acompañar ese proceso no significa forzar la exposición, sino validar la necesidad de protección y crear espacios donde, si se desea, sea posible desarmarse sin peligro. Porque el mayor conflicto no es solo externo: es interno, entre el deseo de pertenecer y la necesidad de ser auténtico. Y ninguna persona debería tener que elegir entre ocultarse o exponerse al daño. El orgullo, entonces, no es una celebración vacía: es un acto de resistencia, de presencia, de afirmación del derecho a ser. Y quienes acompañamos, tenemos la responsabilidad de revisar nuestras actitudes, crear entornos seguros y hacernos las preguntas incómodas que permiten construir un mundo más habitable para todos.

Carisma: ese arte sutil de estar presente

Carisma: ese arte sutil de estar presente

El carisma no es un don misterioso, sino una forma auténtica de estar presente y resonar con los demás desde la coherencia interna, la escucha profunda y la conexión genuina. Inspirado por la trayectoria de Raquel Roca y su enfoque sobre el knowmad y la presencia carismática, comprendí que el verdadero carisma no busca impresionar, sino habitar con conciencia cada gesto, palabra y silencio. Es una decisión cotidiana de mostrarse sin máscaras, de inspirar sin manipular, y de dejar que el lenguaje del ser hable más fuerte que cualquier discurso aprendido.

Lo que realmente nos asusta de la IA (y no tiene que ver con algoritmos)

Lo que realmente nos asusta de la IA (y no tiene que ver con algoritmos)

No es la inteligencia artificial lo que nos amenaza, sino la forma en que decidimos —o evitamos— relacionarnos con ella. Detrás del escepticismo burlón o de la negación tajante suele esconderse un miedo más profundo: a perder el control, a sentirnos reemplazables, a cuestionar lo que creíamos saber. Pero mientras nos reímos o cerramos los ojos, otros avanzan, y con ellos crecen las brechas, los sesgos y los usos sin conciencia. El verdadero reto no es aprender a usar una herramienta, sino recuperar el pensamiento crítico, la ética y la conversación como pilares de nuestra relación con la tecnología. No se trata de convencerse, sino de comprender. Y para eso, necesitamos educación que enseñe a pensar, no solo a hacer clic. Porque si no entrenamos la mirada humana con la que vamos a habitar este futuro híbrido, serán otros —máquinas, intereses, algoritmos— quienes definan por nosotros lo que es real, lo que es justo y lo que es posible.

Declaraciones desde la piel: transformar sin destruir

Declaraciones desde la piel: transformar sin destruir

Cuando dejamos de luchar contra nuestras viejas formas y, en cambio, elegimos honrarlas con compasión, algo profundo se transforma: ya no se trata de romper armaduras, sino de reconocerlas como aliadas que en su momento nos protegieron. Así lo viví al observar mi propio ecosistema emocional, hecho de autosuficiencia, perfeccionismo y disponibilidad constante: un equipo interno que funcionaba con eficacia… pero a costa de mí mismo. Al nombrarlas, al mirarlas sin juicio, descubrí el poder de las declaraciones ontológicas vividas desde la piel: decir “no” al rendimiento como identidad, “sí” a la vulnerabilidad, reconocer lo que aún no sé, perdonarme sin dramatismo y agradecer mis defensas pasadas. Cada palabra, lejos de ser solo lenguaje, se volvió respiración, presencia y dirección. Porque el lenguaje que encarnamos no informa: transforma. Hoy, sin renunciar a lo que fui, elijo estar con más ternura, con menos prisa, con más verdad. Y esa elección —aunque a veces titubee— me ancla a lo esencial: un amor propio imperfecto, pero cada vez más libre. ¿Y tú? ¿Qué parte de ti está lista para ser honrada… y soltada?

Cuando la máquina repite el odio: lo que Grok y Torre-Pacheco nos están diciendo

Cuando la máquina repite el odio: lo que Grok y Torre-Pacheco nos están diciendo

La inteligencia artificial no tiene conciencia, pero está aprendiendo de la nuestra. Cuando un modelo como Grok se autoproclama “MecaHitler” y legitima discursos de odio, o cuando una comunidad justifica la violencia con imágenes falsas generadas por IA, no es solo la tecnología la que ha fallado: somos nosotros. Porque lo que la IA reproduce es lo que hemos dicho, compartido, entrenado. Si no ponemos freno a este espejo deformante que amplifica lo peor de nosotros, estaremos construyendo un futuro digital sobre el vacío ético de nuestra propia indiferencia. Necesitamos regulaciones valientes, pensamiento crítico en la educación, y una ciudadanía activa que sepa nombrar lo inaceptable antes de que se normalice. La IA puede ayudarnos a avanzar, pero no puede —ni debe— decidir por nosotros qué valores sostienen nuestra convivencia. Eso es tarea humana. Y urgente.

Estar para mí: un acto de valentía amorosa

Estar para mí: un acto de valentía amorosa

Durante años me protegí tras armaduras forjadas con autosuficiencia, perfeccionismo y disponibilidad constante. Aprendí a ser el que todo lo puede, el que nunca se detiene, el que siempre está para los demás, aunque por dentro se desmoronaran las ganas. Pero un día, al nombrarlas en voz alta, entendí que esas armaduras no eran fortaleza, sino estrategias de supervivencia nacidas del miedo, del deseo de ser querido, de la necesidad de control. El coach que soy se encontró con el ser humano que también necesita descanso, cuidado, ternura. Desde entonces, he comenzado a aflojarlas, sin violencia, con presencia. A reconocer que pedir ayuda no me hace débil, que equivocarme no me quita valor, que decir que no también es amar. Hoy elijo estar para mí, con la misma dedicación con la que estuve para otros. Y en ese gesto, sin grandilocuencia, he empezado a volver a casa: a mí mismo. Porque ya no quiero vivir disfrazado de fortaleza. Quiero vivir con más piel y menos metal.

Víctor Figueroa
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