¿Y si mañana te dijeran que tu trabajo ya no es necesario?
No porque lo hagas mal, ni porque no te esfuerces. Simplemente, porque una inteligencia artificial puede hacerlo igual… o mejor.
La pregunta parece futurista, pero ya no lo es. Cada semana aparece una nueva herramienta que escribe, analiza, diseña, programa o decide por nosotros. El trabajo humano, tal como lo conocimos, está cambiando. Y con él, uno de sus pilares fundamentales: el salario.
Durante siglos, el sueldo fue mucho más que una transferencia de dinero. Fue un espejo de nuestra posición social, un signo de valor, un motor de sentido. Pero ahora, en medio de una disrupción tecnológica profunda, ese espejo empieza a resquebrajarse.
¿Qué representa hoy el salario? ¿Qué pasará si dejamos de trabajar como lo hacíamos hasta ahora? ¿Y qué alternativas están sobre la mesa?
Aquí propongo cinco claves para mirar el salario no como cifra, sino como símbolo. Porque entenderlo nos puede ayudar a imaginar un futuro más justo en la era post-laboral.
1. El salario como supervivencia
Mucho antes de que existieran los bancos o los contratos laborales, las sociedades encontraron formas de retribuir el esfuerzo humano. En Sumeria, hace más de cinco mil años, ya se registraban pagos en especie: cebada, aceite, cerveza. No era un “sueldo” en el sentido moderno, sino una forma de asegurar la subsistencia de quienes hacían funcionar el sistema.
Durante siglos, el salario fue esto: el mínimo necesario para seguir vivo. Pan, techo, abrigo. El sueldo como sustento.
El salario nació como una forma de asegurar la subsistencia de quienes hacían funcionar el sistema.
Incluso hoy, para millones de personas, el salario sigue siendo la delgada línea entre el hambre y la dignidad. Por eso, cualquier amenaza al empleo no es solo un problema económico: es una amenaza existencial. Cuando se pierde el trabajo, muchas veces se pierde también la posibilidad de habitar el mundo con seguridad.
2. El salario como obediencia
Con la industrialización, el sueldo cambió de forma y de función. Se convirtió en dinero, sí, pero también en mecanismo de control.
La fábrica no solo pagaba por horas: disciplinaba. Marcaba cuándo entrar, cuándo salir, cómo moverse. El salario ya no era solo una forma de vivir, sino una forma de obedecer.
La promesa era clara: si cumples, cobras. Si no, fuera.
La fábrica no solo pagaba por horas: disciplinaba. Marcaba cuándo entrar, cuándo salir, cómo moverse.
Este modelo construyó buena parte de nuestra identidad moderna. Nos enseñó a asociar valor con rendimiento. A medirnos por la productividad. A organizar la vida alrededor de la nómina. Se instaló una cultura de eficiencia que sigue vigente incluso cuando el contexto ya cambió.
Y aunque hoy los trabajos se hagan desde un portátil o desde casa, la lógica sigue ahí: cumplir, producir, justificar. ¿Cuánto valgo si no trabajo? ¿Qué hago si ya no me necesitan?
3. El salario como identidad
“¿A qué te dedicas?” Esa pregunta, que parece inocente, es una de las más íntimas que podemos hacerle a alguien. Porque detrás de ella no solo está la curiosidad por el oficio, sino la expectativa de encontrar valor, status, pertenencia.
Durante años nos enseñaron que lo que haces define quién eres. Pero… ¿y si lo que somos no pudiera reducirse a una profesión?
Trabajar se volvió, en muchas culturas, el principal organizador de la identidad adulta. El empleo define la rutina, estructura el tiempo, otorga reconocimiento.
Pero… ¿y si esa base desaparece?
La Inteligencia Artificial no solo reemplaza tareas. También cuestiona el sentido del trabajo como centro de la vida. Si una IA puede hacer lo que yo hago, más rápido, más barato, más preciso… ¿en qué me convierto?
¿Cómo sostenemos la autoestima, la vinculación y la dignidad si el trabajo pierde centralidad? Esta es una de las preguntas más urgentes de nuestro tiempo. Porque el peligro no es solo perder empleos. Es perder la narrativa que le da sentido a nuestras jornadas.
4. El salario como exclusión
En este momento, ya convivimos con dos realidades paralelas: quienes aún tienen un empleo remunerado y quienes ya quedaron fuera del sistema.
La precarización, el desempleo estructural, la gig economy sin garantías, las automatizaciones invisibles… todo eso dibuja un nuevo mapa laboral donde el sueldo es cada vez más inestable, más incierto, más desigual.
Y la IA acelera ese proceso.
La automatización amenaza millones de empleos. ¿Significa eso que ya no necesitaremos trabajar?
Porque no solo reemplaza tareas repetitivas. También puede escribir artículos, diagnosticar enfermedades, diseñar productos, evaluar desempeños. Empleos creativos, intelectuales o analíticos que hasta hace poco parecían “a prueba de robots”, hoy están bajo amenaza.
Esto nos plantea un dilema ético y social enorme: Si el trabajo escasea, ¿vamos a condenar a millones a la pobreza? ¿O vamos a repensar el modelo de redistribución?
Y más aún: ¿seguiremos vinculando el derecho a vivir con la capacidad de producir? ¿O vamos a atrevernos a pensar en modelos que pongan la dignidad por delante del rendimiento?
5. El salario como posibilidad (o como reinvención)
Es aquí donde surge con fuerza la idea de la renta básica universal: un ingreso mínimo garantizado para todas las personas, trabajen o no.
La propuesta no es nueva, pero nunca fue tan urgente.
“Hay muchas posibilidades de que acabemos teniendo una renta básica universal, o algo parecido, debido a la automatización. No sé qué otra cosa se podría hacer.”— Elon Musk, CEO de Tesla y SpaceX
Diversos experimentos en Finlandia, Barcelona o Canadá han mostrado efectos positivos: reducción del estrés, mejora en la salud mental, más tiempo dedicado al cuidado o la formación. Grandes tecnólogos como Sam Altman o Elon Musk la han defendido como respuesta a la disrupción digital. La ONU y organismos internacionales también la estudian como alternativa a subsidios fragmentados e ineficaces.
Pero… ¿cómo se financia?
Las propuestas varían:
- Impuestos a la automatización y a los robots.
- Gravámenes sobre las grandes plataformas digitales.
- Impuestos progresivos a la riqueza o a los datos.
- Eliminación de ayudas condicionadas para financiar una ayuda universal.
Algunos economistas proponen un modelo mixto: renta básica parcial + participación social. Otros hablan de “dividendos tecnológicos”, redistribuyendo parte de las ganancias que la IA genera. Incluso se explora la idea de monedas digitales estatales que aseguren la trazabilidad y el uso específico del ingreso.
Por supuesto, también hay alternativas:
- Programas de empleo garantizado por el Estado.
- Reducción de la jornada laboral como estrategia de reparto del trabajo.
- Revalorización de la economía del cuidado como núcleo productivo.
- Creación de cooperativas tecnológicas con beneficios compartidos.
Cada opción implica redefinir qué entendemos por riqueza, por contribución y por comunidad. No se trata solo de dinero, sino de propósito.
Y tú, ¿qué opinas?
¿Sientes que te han preguntado alguna vez hacia dónde debe ir la inteligencia artificial? ¿Crees que la renta básica universal es una respuesta real o una ilusión bienintencionada? ¿Qué pasos crees que podemos dar para tener un papel activo en el desarrollo de estos nuevos modelos?
Te leo en los comentarios.
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