Hace unos días, mientras escuchaba un programa deportivo, me encontré con una escena que, aunque podría parecer anecdótica, revela un malestar más profundo. Chema Alonso —reconocido hacker ético— había sido nombrado asesor de inteligencia artificial del Comité Técnico de Árbitros de la Real Federación Española de Fútbol. Y más allá de la controversia que pueda generar que este nuevo fichaje sea seguidor del Real Madrid, en lugar de abrir un debate sobre cómo la IA podría contribuir a la transparencia o eficiencia en el arbitraje, algunos periodistas estallaron en exclamaciones como: “¡Lo que nos faltaba, meter la IA en el mundo del fútbol!”. Lo decían con una mezcla de ironía, alarma y desprecio que no me dejó indiferente.
Pocos días después, en una conversación con un colega, surgió de nuevo el tema. Su reacción fue tajante: “Eso de la IA no sirve para nada”. Le pregunté si la había probado. “Sí, claro. Le hice un par de preguntas y respondió cualquier cosa. No vale”. El análisis terminaba ahí.
Ambas situaciones, aparentemente distintas, comparten un mismo fondo: una actitud defensiva, desinformada y, sobre todo, poco dispuesta al diálogo. Y esto es lo que me preocupa. Porque lo que realmente nos asusta de la IA no son sus algoritmos, sino todo lo que nos confronta como personas y como sociedad.
El prejuicio como escudo
Demonizar lo que no entendemos no es nuevo. Lo hemos hecho antes con la imprenta, con el ferrocarril, con Internet. Cada gran avance tecnológico despierta entusiasmo por un lado, y resistencia por otro. Pero con la IA ocurre algo particular: no solo transforma herramientas, sino que pone en juego nuestra identidad cognitiva.
- ¿Qué significa ser inteligente?
 - ¿Qué lugar ocupamos cuando una máquina es capaz de escribir, crear o diagnosticar?
 
En ese sentido, el rechazo no es solo técnico: es existencial. Y, como suele pasar, cuando el miedo entra, el pensamiento crítico sale. Preferimos simplificar, burlarnos o negar antes que cuestionarnos a fondo. Así, se multiplican los discursos alarmistas, los memes irónicos y las conclusiones exprés.
Pero no se trata de estar a favor o en contra. La IA no es una creencia. Está aquí, y lo relevante es decidir cómo queremos convivir con ella.
Lo que perdemos cuando no dialogamos
El coste de esta demonización no es solo simbólico. También es práctico. Al rechazar de plano la IA, cerramos puertas que podrían mejorar nuestras vidas, simplificar tareas, ampliar nuestras capacidades o permitirnos dedicar tiempo a lo verdaderamente humano.
Peor aún: alimentamos brechas. Porque mientras unos la rechazan por prejuicio, otros —que sí aprenden a usarla— avanzan con ventaja. Y así se profundizan desigualdades de acceso, de oportunidades, de criterio.
También cedemos espacio a los extremos: al marketing inflado que promete milagros, o al tecnopesimismo que ve distopías en cada línea de código. Nos falta, justamente, lo que más necesitamos: mirada crítica y conversación informada.
El pensamiento crítico, en peligro de extinción
Aquí entra un tema crucial: la educación. ¿Cómo esperamos que una sociedad entienda la IA si ha dejado de enseñar Filosofía, Ética o Lógica como ejes del pensamiento? ¿Cómo pretendemos formar ciudadanías críticas si restamos peso a las asignaturas que enseñan a pensar, discernir, argumentar?
Hoy más que nunca necesitamos personas capaces de hacerse preguntas complejas, de analizar lo que leen, de contrastar fuentes, de resistir a la viralidad del titular. Pero nuestro sistema educativo, en muchos casos, parece más orientado a entrenar para usar herramientas que para entender sus implicaciones.
Y así nos encontramos con generaciones que manejan dispositivos desde los cinco años, pero que a los veinte dudan de lo que es real, comparten noticias falsas o creen que la IA es “una cosa de Hollywood”.
Educar no solo para usar, sino para comprender
La alfabetización digital ya no puede ser solo técnica. Necesitamos una alfabetización ética, reflexiva y social. Una educación que hable de algoritmos, sí, pero también de derechos, de sesgos, de límites y de posibilidades.
No basta con enseñar a usar ChatGPT. Hay que enseñar a preguntarle bien, a verificar sus respuestas, a entender qué puede y qué no puede hacer. A comprender que detrás de cada herramienta hay decisiones humanas, valores codificados, intenciones de diseño.
Esto no es un lujo. Es una urgencia. Porque estamos entrando en un mundo híbrido, donde lo analógico y lo digital conviven, y donde cada vez será más difícil distinguir lo verdadero de lo fabricado. Y si no preparamos a las personas para ese contexto, corremos el riesgo de quedarnos sin brújula.
De la resistencia al diálogo
Entonces, ¿qué hacer frente al miedo, al escepticismo, al rechazo?
No se trata de convencer a todos de que la IA es maravillosa. Ni de venderla como la panacea. Se trata de abrir espacios de diálogo, de escucha, de prueba con acompañamiento. Se trata de cambiar el juicio por la pregunta.
Muchas personas que al inicio se mostraban reacias a usar IA, luego de entender sus límites y posibilidades, han encontrado nuevas formas de trabajar, crear o aprender. Porque cuando se deja de lado el prejuicio, aparece la curiosidad. Y con ella, el aprendizaje.
El problema no es que tengamos dudas. El problema es cuando las usamos como excusa para quedarnos donde estamos.
¿Qué nos toca como sociedad?
La IA ya está aquí. Se cuela en nuestras búsquedas, en nuestras redes, en nuestros diagnósticos médicos, en nuestras clases. No podemos hacernos los desentendidos y menos aun los despreocupados.
Pero sí podemos decidir cómo nos posicionamos. Podemos elegir si vamos a vivir esta transformación como meros espectadores, como usuarios pasivos o como protagonistas conscientes.
Eso implica hacernos preguntas:
- ¿Qué queremos que la IA potencie?
 - ¿Qué valores debe respetar?
 - ¿Cómo garantizar que no reproduzca injusticias?
 - ¿Qué lugar dejamos a la creatividad humana, a la empatía, al juicio ético?
 
Preguntas que no se responden desde la técnica, sino desde la reflexión compartida.
Cambiar la conversación
Tal vez ha llegado el momento de dejar de preguntar “¿nos va a sustituir la IA?”. Y empezar a preguntar: “¿Qué podemos construir con ella, sin perder lo que nos hace humanos?”
Tal vez ha llegado el momento de dejar de temerle. De dejar de burlarnos. De dejar de negarla.
Y empezar, simplemente, a mirarla de frente. Con pensamiento crítico. Con educación. Con humanidad.
#PensamientoCrítico #EducaciónYTecnología #IAconConciencia #ÉticaDigital #TransformaciónHumana
															
