El quiebre no siempre hace ruido. A veces es apenas un gesto.
Una mirada que descoloca. Un silencio que duele. Una decisión inesperada. O un “esto ya no me encaja” que aparece sin avisar.
Los quiebres no siempre vienen con una tormenta. A veces llegan en calma, como un susurro que sacude todo por dentro. Y sin que nada se rompa por fuera, por dentro… todo cambia.
El día que mi cuerpo empezó a decir basta
Uno de mis quiebres más profundos tuvo forma de acoso laboral. Fue progresivo, solapado, lleno de gestos sutiles y palabras cargadas. Y durante un tiempo, lo normalicé. Me dije que eran cosas del trabajo. Que debía aguantar. Que no era para tanto.
Pero mi cuerpo sí lo sabía. Empezó a hablar con síntomas. Con silencios. Con tensión constante.
Ese momento fue un quiebre porque ya no podía seguir como antes. Y no se trataba solo de cambiar de lugar, sino de convertirme en alguien que pudiera mirar de frente ese límite que durante años no había sabido poner. Hoy, cada vez que presencio una injusticia o un abuso, no solo reacciono por la otra persona. Reacciono también por el que fui. Por el que no supo. Por el que ya no quiero volver a ser.
La traición como interrupción del alma
Otro quiebre vino con un amigo. Muy cercano. Doce años de confianza, trabajo, proyectos, cariño. Hasta que un día me traicionó. No por error. No por debilidad. Por decisión.
Y yo me quedé con el dolor y las preguntas. ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo pudo? ¿Dónde quedó todo lo vivido?
Busqué explicaciones. Las necesitaba. Como si las respuestas pudieran calmar lo que sentía. Pero nunca llegaron. Y con el tiempo entendí que no siempre las habrá. Que hay relaciones que se quiebran y que, por más que uno intente pegar los pedazos, ya no encajan igual.
Soltar fue un proceso lento. Pero necesario. Soltar no desde el resentimiento, sino desde el respeto hacia mí. Soltar lo que no volverá, para abrir espacio a lo que puede llegar.
El proyecto que no salió, pero me enseñó lo invisible
Participé con ilusión en un gran proyecto internacional. Personas de 25 nacionalidades, talento, entusiasmo, ganas de hacer algo diferente. Y sin embargo, no pudo ser.
Diferencias horarias, culturales, de compromiso, de visión. Todo fue sumando hasta que se hizo evidente: no íbamos a poder sostenerlo. Fue frustrante. Dolía ver cómo algo con tanto potencial se apagaba.
Pero también aprendí. Sobre los límites de la voluntad. Sobre la importancia del contexto. Y sobre cómo, a veces, un quiebre nos obliga a reconocer que no todo depende de nosotros. Que no siempre fallamos. A veces, simplemente, no era el momento.
¿Qué es un quiebre?
En coaching ontológico, un quiebre no es un problema. Es una interrupción en nuestra forma habitual de vivir. Es cuando el observador que soy ya no me sirve para navegar la realidad que tengo delante.
Un quiebre puede ser externo: algo que sucede y cambia las reglas. O interno: algo se mueve dentro de mí y lo que antes era suficiente, ya no lo es.
Lo importante no es evitar el quiebre. Es reconocerlo, nombrarlo y escucharlo. Porque todo quiebre trae una pregunta, una pausa, una grieta… por la que puede entrar la luz.
¿Cómo se trabaja un quiebre desde el coaching ontológico?
- Se nombra. Lo primero es salir del ruido emocional y ponerle nombre: “esto es un quiebre para mí”.
- Se observa desde el modelo del observador. ¿Qué parte de mí está siendo desafiada? ¿Qué creencia, expectativa o emoción se activa?
- Se distingue entre lo que ocurrió y lo que interpreto. ¿Qué pasó objetivamente? ¿Y qué relato estoy construyendo sobre eso?
- Se exploran nuevas posibilidades. El quiebre abre una puerta: puedo quedarme en la queja, o puedo diseñar futuro.
- Se toman acciones con conciencia. A veces será cambiar. Otras será aceptar. Y otras será pedir ayuda.
Del quiebre al crecimiento
Un quiebre puede doler. Puede asustar. Puede remover zonas profundas. Pero también puede marcar el inicio de una nueva versión de ti.
Porque no hay transformación sin quiebre. Y a veces, el “problema” no es el quiebre. El problema sería vivir sin permitirnos rompernos un poco para reconstruirnos mejor.
Y tú, ¿qué quiebre estás habitando hoy?
¿Hay algo que ya no encaja como antes? ¿Un vínculo, un trabajo, una rutina, una forma de mirarte a ti mismo?
Te invito a no escapar del quiebre. A quedarte un momento ahí. A escucharlo. Porque tal vez, justo ahí, empieza algo que aún no sabes cómo se llama.
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