Hablar no es lo mismo que comunicar
Desde hace años, me dedico a acompañar personas emprendedoras, empresas y profesionales en momentos clave de su desarrollo. Lo curioso es que, con el tiempo, me he dado cuenta de que una parte importantísima de ese acompañamiento no está solo en lo que sé, sino en cómo hablo.
Sí, cómo hablo. La manera en que hago preguntas. Cómo formulo lo que pienso. Cómo respondo cuando algo me incomoda. Cómo uso mi tono, mis pausas, mis silencios.
Y lo más importante: cómo me vinculo con el otro a través del lenguaje.
En cada conversación se está jugando algo más que información: Se juega la confianza. La claridad. La posibilidad. O también… el cierre, el rechazo o la confusión.
¿Hablas para conectar o para imponerte?
En casa, esta conversación ha sido frecuente. Mi mujer —que me conoce bien— , mi hermana Pili —muy recientemente, me lo volvió a mencionar— y mis padres —que me han visto evolucionar durante años— me han hecho notar muchas veces algo importante: Que cuando defiendo algo con mucha pasión, especialmente si tiene que ver con mis valores, puedo dejarme llevar. Y que en ese impulso, a veces, mi lenguaje pierde matices y se vuelve más cortante, más reactivo.
Mi padre, con su estilo siempre elegante, me regaló hace años un libro que todavía conservo:
La asertividad: expresión de una sana autoestima, de Olga Castanyer.
Recuerdo perfectamente su gesto y su intención: ayudarme a expresar mis ideas sin perder el centro. Sin que el mensaje se contamine por la forma. Sin que defender lo que creo se convierta en atacar lo que el otro cree.
Porque cuando eso ocurre, dejamos de hablar para acercarnos y empezamos a hablar para imponernos.
El lenguaje como espejo de nuestra autoestima
Con el tiempo, he entendido algo muy profundo: Nuestra forma de hablar dice mucho de cómo nos sentimos con nosotros mismos.
Cuando me llevo las cosas a lo personal, cuando no soy capaz de escuchar sin saltar, cuando me exijo tener la razón, es porque probablemente:
- Estoy hablando desde la inseguridad.
- Estoy buscando validación.
- O estoy reaccionando desde un dolor no resuelto.
La asertividad no es solo una técnica. Es una manifestación de autoestima. Es la capacidad de expresar lo que pienso, lo que siento y lo que necesito, sin atacar ni someter, pero también sin callar ni agachar la cabeza.
Y eso, en coaching ontológico, lo vemos con claridad: El lenguaje crea realidad. Pero también revela al observador que estoy siendo.
Hablas de manera irresponsable cuando…
Mucho antes de cambiar lo que haces, necesitas cambiar lo que dices. Y para eso, hace falta detectar las trampas del lenguaje automático.
Aquí van algunas expresiones que escuchamos (o usamos) a menudo… y que reflejan una forma de hablar que nos aleja de la posibilidad:
- “Es que tú siempre…” / “Tú nunca…” → Generalización que anula al otro y cierra el diálogo.
- “No me queda otra” / “No tengo más remedio” → Evade la responsabilidad personal.
- “Las cosas son así” / “Esto no va a cambiar” → Instala resignación. Cierra puertas antes de explorarlas.
- “Deberías…” / “Tienes que…” → Invade el espacio del otro. Impone en lugar de invitar.
- “Lo intenté, pero no se puede” → Se rinde sin revisar qué observador fue el que intentó.
- “Ya veremos” (sin intención real de acción) → Genera falsas expectativas y desconfianza.
¿Y lo más curioso? Muchas veces usamos estas frases sin darnos cuenta. No por maldad, sino por hábito.
Habla responsable: espejo del Ser
Desde el coaching ontológico, entendemos que hablar de manera responsable no es solo “hablar bonito” o “no herir”. Es hacerme cargo del poder que tengo al hablar.
Hablar responsablemente es:
- Distinguir lo que siento, pienso y necesito.
- Hablar desde mí, no desde la culpa o el juicio.
- Cuidar mi coherencia interna: Ser – Hacer – Tener.
- Escuchar activamente antes de reaccionar.
- Usar el lenguaje como herramienta de construcción, no de destrucción.
Porque hablar es un acto de creación. Cada vez que abres la boca, estás generando mundo. Y ese mundo, o te acerca… o te aleja.
En tu trabajo, en tu casa, contigo mismo
En el día a día, me encuentro con situaciones donde hablar con asertividad, escucha y —cuando hace falta— mano izquierda, marca la diferencia. A veces, una persona llega con miedo, con inseguridad, con desconfianza. Y lo primero que hago no es dar una solución. Es crear un espacio desde el lenguaje.
Un espacio donde el otro se sienta escuchado. No juzgado. Válido. Y a partir de ahí, entonces sí: conversamos, diseñamos, proyectamos.
Pero si no cuido cómo hablo… Si mi lenguaje excluye, presiona, acelera, minimiza… ¿cómo voy a construir algo sólido?
Ejercicio práctico: detecta tu propio lenguaje
Te propongo algo simple, pero revelador: Durante un día, observa con atención cómo hablas.
- ¿Con qué expresiones repites juicios disfrazados de hechos?
- ¿En qué momentos hablas como víctima (aunque no lo notes)?
- ¿Qué frases sueles decir por inercia… y qué efecto tienen en el otro?
- ¿Qué temas te disparan y te sacan de la asertividad?
Anótalo. Obsérvalo. Y sin juicio, empieza a practicar otra forma. Una que nazca del respeto, de la honestidad y de la coherencia interna.
Y tú, ¿cómo estás hablando últimamente?
- ¿Tus palabras te acercan a lo que quieres construir… o te alejan?
- ¿Hablas desde el “yo me hago cargo” o desde el “no tengo más remedio”?
- ¿Usas el lenguaje como puente… o como escudo?
La forma en que hablas es la forma en que vives. Y cambiar una palabra puede ser el primer paso para cambiar tu mundo.
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