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¿Cuánto falta para llegar?
Durante la infancia, los viajes largos me enseñaron a impacientarme, a vivir esperando el destino sin saber disfrutar del trayecto. Décadas después, descubro que sigo haciéndolo: pospongo la plenitud, como si la felicidad estuviera siempre por venir, al otro lado de un logro, un cambio o una validación. En este texto reflexiono sobre cómo nuestras conversaciones internas —esas que nos dicen “todavía no es suficiente” o “ya llegará el momento”— nos exilian del presente, nos desconectan del único lugar real: el aquí y ahora. Desde el coaching ontológico, aprendemos que el observador que somos moldea nuestra experiencia, y si estamos atrapados en la espera, construimos un mundo de ansiedad y carencia. Pero podemos elegir otra forma de estar: una presencia consciente, una práctica cotidiana que honra lo que ya es. Quizás la pregunta no sea “¿cuánto falta?”, sino “¿cuánto hay aquí?”, y tal vez el verdadero destino no sea un lugar, sino una forma de habitar la vida con autenticidad y atención plena.
Durante la infancia, los viajes largos me enseñaron a impacientarme, a vivir esperando el destino sin saber disfrutar del trayecto. Décadas después, descubro que sigo haciéndolo: pospongo la plenitud, como si la felicidad estuviera siempre por venir, al otro lado de un logro, un cambio o una validación. En este texto reflexiono sobre cómo nuestras conversaciones internas —esas que nos dicen “todavía no es suficiente” o “ya llegará el momento”— nos exilian del presente, nos desconectan del único lugar real: el aquí y ahora. Desde el coaching ontológico, aprendemos que el observador que somos moldea nuestra experiencia, y si estamos atrapados en la espera, construimos un mundo de ansiedad y carencia. Pero podemos elegir otra forma de estar: una presencia consciente, una práctica cotidiana que honra lo que ya es. Quizás la pregunta no sea “¿cuánto falta?”, sino “¿cuánto hay aquí?”, y tal vez el verdadero destino no sea un lugar, sino una forma de habitar la vida con autenticidad y atención plena.

Recuerdo los viajes en coche cuando era niño, especialmente los que hacíamos desde Galera hasta Sorihuela de Guadalimar. Íbamos en el taxi de Aurelio —sí, un taxi de pueblo, de los de antes, que parecía una prolongación de la familia— y aunque hoy nos parecería una distancia corta, entonces aquellos viajes eran una verdadera odisea: largos, calurosos, con paradas impredecibles y conversaciones entre adultos que no siempre entendía.

Yo iba en el asiento de atrás, mirando por la ventana, con la cabeza apoyada, viendo pasar campos, curvas y algún que otro burro por la carretera. Y cada tanto —demasiado seguido, según los mayores— preguntaba:

“¿Cuánto falta?”

No podía evitarlo. Me impacientaba. Quería llegar. Como si el trayecto fuera solo una espera para lo verdaderamente importante: el destino.

Décadas después, me descubro haciendo lo mismo. Ya no desde el asiento trasero de un coche, sino desde este cuerpo adulto que, aunque ha aprendido mucho, sigue posponiendo el disfrute de lo que hay, de lo que es, de lo que ya está ocurriendo…

La felicidad siempre a la vuelta de la esquina

Nos pasamos parte de la vida postergando poder disfrutar de cada momento, de sus detalles, todos irrepetibles, efímeros.

Es como si la felicidad estuviera siempre a la vuelta de la esquina, jamás aquí. Como si la vida ocurriera solo en los momentos extraordinarios… y el resto fuera puro trámite. Una espera constante, disfrazada de proyecto. Un presente relegado a ser tránsito hacia algo mejor que —tal vez— nunca llega.

Hace años acuñé una frase que desde entonces me acompaña como un recordatorio suave pero firme: “El carácter efímero de la vida es lo que la hace tan valiosa.”

Y lo único que realmente tenemos es este instante. El ahora. Todo lo demás es una ilusión con nombre:

  • El pasado nos susurra desde la tristeza, la culpa o la nostalgia.
  • El futuro nos grita desde la ansiedad, la incertidumbre o el deseo.

Y mientras tanto, el presente… espera a ser vivido.

La trampa del tiempo

En el coaching ontológico hablamos del observador que somos. Y ese observador —cuando está capturado por el “no es ahora”, “no es suficiente”, “no es el momento”— vive exiliado del presente. Siempre adelantado. Siempre en deuda.

Pero, ¿qué es eso que tanto esperamos?

  • ¿La validación externa?
  • ¿La promesa de que todo encajará?
  • ¿La sensación de haber llegado “a destino”?

Tal vez lo que realmente anhelamos no es un lugar… sino una forma de estar. Una presencia. Una conexión. Una respiración profunda que nos devuelva al cuerpo y a la vida.

Y pienso que esta es, en verdad, la pregunta clave: ¿Y si el verdadero destino no fuera un lugar, una fecha o un hito… sino una forma de estar?

El aquí como práctica

Estar aquí y ahora no es un acto trivial. Es una práctica. Y como toda práctica, requiere constancia, compasión y voluntad. Volver, una y otra vez, al único lugar que no podemos perdernos: este momento.

Estar aquí no es ignorar el pasado ni desentenderse del futuro. Es reconocer que ambos viven en nosotros, pero no gobiernan nuestro presente. Es saber que lo extraordinario no está solo en los hitos, sino en los gestos cotidianos: una conversación sin prisa, una comida sin distracción, una pausa sin culpa.

Cambiar la conversación interna

La espera constante instala una conversación interna sutil pero poderosa:

  • “Todavía no es suficiente.”
  • “Falta algo más.”
  • “Cuando logres eso, ahí sí vas a estar bien.”

Desde la ontología del lenguaje, sabemos que las conversaciones crean mundos. Y si habitamos ese tipo de diálogo interno, el mundo que construimos es uno de carencia, ansiedad y postergación.

¿Qué pasaría si cambiáramos la conversación?

  • “Esto que hay, ya es.”
  • “Estoy presente en lo que tengo, en lo que soy.”
  • “La vida está pasando ahora, y me permito habitarla.”

La vida no empieza mañana

Lo digo también para mí, porque me lo sigo recordando: La vida no empieza mañana. No empieza cuando me den ese contrato, cuando me cure del todo, cuando tenga más tiempo libre, cuando me sienta en paz.

La vida está ocurriendo mientras espero que eso pase.

Y es allí donde puedo elegir: vivir en la ausencia o vivir en la presencia. Ser quien espera… o ser quien habita.


Y tú, querida lectora, querido lector, compañero/a de camino:

  • ¿Cuánto de tu presente estás perdiendo por mirar solo hacia adelante?
  • ¿Qué pasaría si dejaras de preguntar “¿cuánto falta?” y empezaras a preguntarte “¿cuánto hay aquí”?
  • ¿Qué parte de ti ya llegó, aunque aún no lo notes?

#presente #coachingontológico #tiempointerior #vidaefímera #conversacionesinternas

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Víctor Figueroa
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