La inteligencia artificial no ha irrumpido de golpe, pero ya está aquí: se filtra en nuestras decisiones, en nuestras rutinas, en la forma en que trabajamos y nos comprendemos. Frente a esta revolución silenciosa, no se trata de dominar herramientas, sino de recuperar el criterio. Más que aprender rápido, necesitamos pensar mejor. La pregunta no es si usas o no la IA, sino desde qué lugar emocional y ético te estás relacionando con ella. Porque esta transformación no solo es tecnológica, es también una crisis —y una oportunidad— de sentido. Y lo más humano que podemos hacer frente a esta nueva era es conversar, preguntarnos, elegir conscientemente. Cada paso que damos, incluso con incertidumbre, nos aleja del miedo y nos acerca a un futuro más libre, más lúcido, más nuestro.