Hubo un tiempo en el que pensaba que, para dar el primer paso, tenía que tenerlo todo claro: El plan bien definido, el resultado garantizado, la validación externa asegurada. Y si no se daban esas condiciones, me decía que “todavía no era el momento”.
Pero la verdad —aunque me costó admitirlo— es que lo que había no era falta de preparación. Había miedo. Miedo a equivocarme. Miedo a no estar a la altura. Miedo a confirmar lo que en el fondo ya sospechaba: que no era suficiente.
Detrás de mi exigencia por hacerlo perfecto, lo que había era una historia muy bien disfrazada: una historia de duda y autoexigencia que se contaba como responsabilidad, pero que en realidad era parálisis.
“No tienes que ser perfecto para empezar, pero tienes que empezar para poder mejorar.”— Zig Ziglar
La trampa de la autoexigencia
Durante años confundí la exigencia con excelencia. Pensaba que ponerme la vara alta era una virtud. Pero con el tiempo descubrí algo: la autoexigencia no es lo mismo que el compromiso.
El compromiso inspira, moviliza, te invita a crecer. La autoexigencia, en cambio, castiga. Siempre encuentra algo que falta. Nunca es suficiente.
Y lo más paradójico es que, en nombre de esa exigencia, dejamos de hacer. No escribimos. No lanzamos ese proyecto. No decimos lo que sentimos. No emprendemos.
Porque creemos que nos falta algo. O que nos sobra inseguridad. Y así, postergamos el primer paso… hasta que se nos va el camino.
“La perfección no es alcanzable. Pero si perseguimos la perfección, podemos alcanzar la excelencia.”— Vince Lombardi
Cuando el impostor se disfraza de prudencia
El síndrome del impostor no siempre aparece como un grito interno. A veces se camufla. Se presenta como prudencia, como “quiero estar más preparado”, como “voy a revisar un poco más antes de empezar”. Pero en el fondo, es la voz que dice: “¿Y si lo intentas y no sale bien?” “¿Y si los demás se dan cuenta de que no sabes tanto?”
Esa voz no necesita gritar para detenernos. Basta con que susurre en el momento justo. Y nosotros… la escuchamos.
Hacerlo igual, aunque no sea perfecto
Hoy sigo siendo exigente. Pero he aprendido a ser más amable conmigo mismo. A preguntarme:
- ¿Desde dónde me estoy exigiendo esto?
 - ¿Es realmente necesario… o estoy evitando algo?
 - ¿Estoy buscando crecer… o protegerme del error?
 
Y sobre todo, he aprendido a dar el paso antes de sentirme completamente listo. Porque el crecimiento no viene antes del salto. Viene después. Cuando te expones. Cuando te equivocas. Cuando descubres que ser imperfecto no te quita valor.
“Sé amable contigo mismo. Estás haciendo lo mejor que puedes con lo que tienes.”— Brené Brown
Y tú, ¿qué estás esperando para empezar?
¿Estás postergando algo importante por miedo a no hacerlo perfecto? ¿Qué historia te estás contando para justificar esa espera? ¿Y si ese miedo fuera simplemente la señal de que estás a punto de hacer algo valiente?
#Autoexigencia #SíndromeDelImpostor #BitácoraOntológica #AprendizajeTransformacional #Autoliderazgo
															
