“Tú no vales para esto. No estudias lo suficiente.”
Eso fue lo que me dijo mi profesor de piano una tarde cualquiera, sin saber —o quizá sin importarle— que estaba apretando el botón exacto.
Hasta ese momento, el piano era para mí un refugio. Un espacio donde el tiempo se detenía y la música me hablaba de cosas que no sabía decir con palabras. No era el mejor alumno, ni el más disciplinado, pero sí estaba ahí, con ilusión.
Aquel juicio lo cambió todo.
Me sentí desmotivado, expuesto, pequeño. Dejé el piano. Literalmente. Estuve dos años sin levantar la tapa. Como si taparla fuera también cerrar el acceso a una parte de mí. Y durante catorce años no volví a sentir el impulso de tocar. Catorce años. Por una frase.
Las palabras no describen: modelan
Aquello no fue solo una crítica. Fue una declaración de identidad: tú no eres suficiente. Y yo, con apenas herramientas para defenderme emocionalmente, la convertí en verdad.
Con los años fui comprendiendo que lo que aquel profesor me dijo no era un hecho, era un juicio. Y que los juicios, cuando no los cuestionamos, pueden volverse profecías que se cumplen solas.
No solo me desconectó del piano. Me hizo creer que esforzarme no servía de nada si no era “naturalmente bueno”. Me afectó en más ámbitos de los que imaginaba.
El lenguaje que limita… y el lenguaje que libera
Hoy sé que cada vez que hablamos, no solo informamos: creamos realidades. Las afirmaciones, las promesas, las declaraciones, los pedidos, los juicios… Todos esos actos lingüísticos configuran el mundo en que vivimos.
Y lo que es más potente: también podemos usarlos para transformar ese mundo. Una disculpa sincera puede reparar años de distancia. Un “confío en ti” puede encender fuegos apagados. Un “lo intento de nuevo” puede reescribir una historia.
El piano sigue ahí
Hoy miro el piano con otros ojos. No desde la exigencia, sino desde la reconciliación. No necesito tocar como un concertista. Solo necesito recordar que la música también me pertenece.
Porque no era cierto que no valía para eso. Lo que ocurrió es que me conté esa historia durante demasiado tiempo, y la sostuve sin revisarla.
Y tú, ¿qué juicio sobre ti mismo sigues repitiendo como si fuera verdad? ¿Qué actividad, deseo o talento dejaste de lado por algo que alguien dijo? ¿Y si hoy empezaras a contarte otra historia?
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