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Por mi culpa, por mi culpa… ¿hasta cuándo?

Por mi culpa, por mi culpa… ¿hasta cuándo?
Durante años, la culpa fue una presencia silenciosa que marcó mi relación con el cuerpo, la comida y conmigo mismo. No gritaba, pero pesaba; se colaba en cada decisión, en cada espejo, en cada juicio interno disfrazado de exigencia sana. Aprendí que esta culpa no nacía solo de mí, sino de mandatos culturales y voces externas que nos enseñan a cargar con la responsabilidad emocional de todo, hasta de nuestras emociones y elecciones. El coaching ontológico me ayudó a mirar esta emoción con compasión, a distinguir entre el juicio y el hecho, y a transformar la culpa en conciencia. Hoy entiendo que no se trata de eliminarla, sino de preguntarnos qué sentido tiene seguir sosteniéndola y qué cambiaría si nos tratáramos con más amabilidad. Porque el problema no es sentir culpa, sino permitir que nos defina.
Durante años, la culpa fue una presencia silenciosa que marcó mi relación con el cuerpo, la comida y conmigo mismo. No gritaba, pero pesaba; se colaba en cada decisión, en cada espejo, en cada juicio interno disfrazado de exigencia sana. Aprendí que esta culpa no nacía solo de mí, sino de mandatos culturales y voces externas que nos enseñan a cargar con la responsabilidad emocional de todo, hasta de nuestras emociones y elecciones. El coaching ontológico me ayudó a mirar esta emoción con compasión, a distinguir entre el juicio y el hecho, y a transformar la culpa en conciencia. Hoy entiendo que no se trata de eliminarla, sino de preguntarnos qué sentido tiene seguir sosteniéndola y qué cambiaría si nos tratáramos con más amabilidad. Porque el problema no es sentir culpa, sino permitir que nos defina.

La culpa no siempre grita. A veces pesa en silencio.

Desde que tengo memoria, he vivido con la sensación de estar en falta. De que mi cuerpo no encajaba. De que había algo en mí que no era como debía ser.

Durante años, el sobrepeso que arrastraba —y con el que aún sigo trabajando— se convirtió en un espacio silencioso de culpa constante. Una culpa que no venía de una sola fuente, sino de muchas: Los comentarios sutiles (“¿vas a repetir?”), las miradas cómplices, las bromas disfrazadas de afecto. El espejo. La báscula. Las tiendas donde no había tallas para mí.

Y lo peor: mi propio juicio. La voz interna que repetía cada error alimenticio, cada decisión “equivocada”, cada excusa, cada intento fallido.

Durante mucho tiempo, confundí esa voz con exigencia sana. Creía que sentir culpa me ayudaría a cambiar. Pero no. Solo me desgastaba más.

La culpa como mandato cultural

No se nos enseña a gestionar la culpa. Se nos inculca. A veces desde la infancia. Desde los rezos que repiten “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Desde sistemas educativos que premian al obediente y castigan al espontáneo. Desde religiones, familias, parejas o jefes que colocan sobre nuestros hombros la responsabilidad emocional de todo lo que ocurre.

Te dicen que te vistas “bien”. Que hables “correcto”. Que tomes decisiones “lógicas”. Y si no lo haces, culpa.

Nos culpabilizan por nuestro cuerpo, por nuestra ropa, por el dinero que gastamos, por nuestras emociones, por nuestros fracasos, incluso por nuestras decisiones más íntimas.

Y claro, acabamos culpándonos a nosotros mismos por sentir lo que sentimos. Por elegir diferente. Por no ser lo que otros esperaban que fuésemos.

La culpa, cuando se instala, lo contamina todo

No siempre aparece como un latigazo emocional. A veces es una niebla fina. Una sensación de que, hagas lo que hagas, podrías haberlo hecho mejor.

La culpa desgasta, debilita, nos hace mirar hacia atrás de forma constante. Nos desconecta del presente, de la alegría, del deseo. Y lo más peligroso: nos hace sentir que no merecemos lo bueno que nos pasa.

Cuando se cronifica, puede derivar en ansiedad, en parálisis, en autoexigencia extrema o en ese síndrome tan conocido (y tan silencioso): el síndrome del impostor. Porque si me siento culpable… ¿cómo voy a aceptar que merezco ese reconocimiento? ¿Ese nuevo trabajo? ¿Ese vínculo sano?

Cuando la culpa se convierte en herida

Hay culpas que duelen más que otras. La que viene de haber dañado a alguien que queremos. La que se instala tras una decisión difícil. La que arrastramos durante años sin haberla revisado.

En coaching ontológico las reconocemos como emociones enraizadas: se originan en un momento clave, pero crecen con nosotros. Se cuelan en nuestras relaciones, en nuestras elecciones, en nuestros silencios.

Y si no las trabajamos, si no las observamos con compasión, pueden convertirse en trauma. Uno que se repite una y otra vez como patrón inconsciente.

El coaching ontológico como espacio de liberación

Aquí es donde el coaching ontológico marca la diferencia. Porque no intenta eliminar la culpa, sino transformar la relación que tenemos con ella.

¿Cómo?

  1. Observando desde dónde nace. ¿Es una emoción legítima que me muestra algo valioso? ¿O es un juicio aprendido que ya no me sirve?
  2. Distinguiendo el hecho del juicio. ¿Lo que ocurrió es responsabilidad mía? ¿O estoy asumiendo algo que no me corresponde?
  3. Reinterpretando la historia. Podemos resignificar. Cambiar el sentido. Pasar de “lo hice mal” a “hice lo que pude con lo que tenía”.
  4. Haciendo declaraciones. A veces, lo más liberador es poder decir (y creerse):
  5. Haciendo pedidos o pedidos de perdón. Y también, cuando corresponde, pedir perdón con humildad. No para autoflagelarnos, sino para reparar y soltar.

De la culpa a la conciencia

No se trata de justificar todo. Se trata de entender qué mensaje trae esa culpa. ¿Es una invitación al crecimiento o un castigo aprendido? ¿Me está enseñando algo o me está atrapando?

Hoy, sigo caminando con algunas culpas a cuestas. Pero ahora las reconozco. Las miro de frente. Y cuando puedo, les doy las gracias y las dejo ir.

Y tú, ¿qué culpa sigues cargando?

¿Hay algo por lo que aún te reprochas? ¿Una decisión, un silencio, una elección? ¿Una parte de ti que aún no te perdonas?

Te invito a observarla, sin juicio. Y a preguntarte: 👉 ¿Qué está en juego si sigo sosteniendo esta culpa? 👉 ¿Qué podría cambiar si hoy me trato con un poco más de compasión?

Porque, tal vez, la pregunta no sea si tenemos culpa. Sino:

¿Hasta cuándo vamos a permitir que nos defina?

#Culpa #GestiónEmocional #BitácoraOntológica #AprendizajeTransformacional #Autoliderazgo

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Víctor Figueroa
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